Gafas de una persona que padece miopía magna

Lecciones de fortaleza de miopes

“Por fortaleza y ganas, no va a quedar” (Lupe, socia afectada de AMIRES).

Esta frase, escrita por Lupe en el whatsapp de AMIRES, me llegó muy dentro. Podría ser el lema de las personas que tenemos miopía magna pero también el de las personas que viven con otro tipo de enfermedades crónicas.

En el caso de los que tenemos miopía magna, que es el que nos afecta directamente al grupo de AMIRES,  esta fortaleza la vamos desarrollando a medida que crecen nuestras dioptrías.

Gafas adaptadas a la características de un miope magno

Comenzamos en la infancia, cuando detectan que no vemos bien, o mejor dicho, hasta que detectan que no vemos. Eres el niño o niña patoso que tropieza continuamente con todo, el que necesita estar en la primera fila de clase aunque no quiera, el que no da la patada al balón ni aunque lo esté pisando, la que no se entera de nada….

Entonces te ponen gafas o lentillas, en mi época gafas ¡Mira que es bonito el mundo enfocado¡ pero, ay las gafas, como solían tener un cristal gordo y pesado, se movían cuando corrías, y volvías a ser el pato mareado que tropezaba con todo. Pero no solo eso, es que pasabas a ser cuatro ojos. Si hoy te llaman así es algo “políticamente incorrecto” pero no hace tanto era el mote que pasábamos a tener con mejor o peor humor.

Esa era la segunda lección de fortaleza, aguantar el chaparrón. Pero si ¡cuatro ojos ven más que dos!

Y de repente llegabas a la adolescencia, mal momento. A los complejos habituales por los cambios hormonales, le unes esas gafas de horribles cristales y tienes otro momento de superación. Sobre todo porque los últimos en ligar eran los “gafotas”, a pesar de que siempre se diga que las mejores miradas del cine son las de los miopes.

También se daba el caso de algunas (no tengo constancia de que los chicos lo hicieran) se quitaban las gafas para salir con las amigas, ir a la discoteca o cualquier sitio donde alguien las pudiera ver. Y es que aunque ahora se lleve ponerse gafas, las de los miopes eran algo especial: grandes para sujetar esos cristales enormes que hacían círculos concéntricos y que dejaban ver al final un ojo minúsculo.

Pero al final, a base de entrenar la fortaleza, el miope decide que hay que seguir como sea, porque no ver de lejos no te impide hacer una vida normal.

Pero esto no acaba aquí, y a veces nos encontramos con más piedras en el camino; un desprendimiento de retina, agujero macular, cataratas, degeneración, glaucoma….. Estas cosas nos empiezan a pasar a una edad joven, cuando uno está viviendo sus sueños. Otra lección de fortaleza. Te operan, te dan láser, te pinchan y como dice el anuncio, los sufres casi en silencio.

Pero como eres un sufridor miope, que ha desarrollado la habilidad de ser fuerte desde la infancia llegas a la conclusión de que lo tuyo es luchar. Ahora la incomprensión viene porque no acabas de ver bien, o mejor dicho, ves de pena, pero algo ves. Y te desenvuelves por la vida con la cabeza alta, y a hasta las personas más cercanas a ti se olvidan de que tienes baja vision.

Desarrollas habilidades insospechadas para las personas que ven bien. Si sigues trabajando o estudiando tienes que adaptarte al mundo de la refracción perfecta. Si tienes que dejar de trabajar, también te tienes que adaptar a esta nueva situación.

Pero por ganas de seguir adelante, de adaptarnos, de luchar que no sea. Los miopes magnos somos supermujeres y superhombres, ¿Alguien lo puede dudar?

Pilar Gascón

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